Author:
Arsenio González Huebra.
Title:
VIAJE DE LA TUNA A PORTUGAL X.
Publication:
Museo Internacional del Estudiante, 2009.
Original edition:
El Adelanto.
Date:
Lunes, 17
de marzo de 1890, pp. 1 y 2.
El
palacio de Cristal.- Los condes de Lumbrales.- La calle de Cedofeita.-
La mar de gente
Es el Palacio de Cristal un delicioso parque, en
cuyo centro se alza el edificio que justifica su nombre.
Anchos paseos, preciosos jardines, pintorescas
glorietas, bosques oscuros con casetas y cenadores caprichosos,
chalets de todos estilos y puntos de vista panorámicos, componen el
hermoso paseo que se llama Palacio de Cristal de Oporto.
Todos los paseos tienen altos candelabros de ocho
luces de gas, a distancia de seis ú ocho metros; candelabros que en las
noches de verano, sirven de apoyo a los extremos de arcos de hierro que
se elevan sobre el paseo, formando preciosas naves de luces, en cuyos
vivísimos destellos se baña el numeroso público que concurre a este
delicioso punto de recreo.
El edificio que da nombre a este precioso y
extenso jardín, se compone, de una dilatada galería cubierta de
cristales, en uno de cuyos extremos se eleva un escenario para dar
espectáculos de diversa índole ya diurnos ya nocturnos. Este gran salón o nave central tiene multitud de puertas que dan acceso a los jardines, a la fonda y a los bazares. La fonda del Palacio de Cristal de Oporto,
ha logrado gran fama y merece acaso la primera calificación entre todas
las fondas portuguesas. Los almacenes son extensísimos y en sus diversas
secciones se encuentran con una profusión verdaderamente prodigiosa,
objetos de viaje, cristalería, quincalla, cerámica, bisutería, cartones,
prendas de vestir e infinidad de artículos, todos ellos de lujo y
artísticamente presentados.
Allí se encuentra todo cuanto puede exigir el
tourista más delicado, siendo digno de notarse el lado Sur de este
grandioso punto de recreo, que ofrece maravillosos efectos de vista
tanto al puerto del Duero que se mueve tranquilo en el fondo del abismo
que allí se contempla, como al mar que hace una sublime y admirable
lontananza.
La Tuna después de recorrer aquellos
deliciosos parajes y admirar el panorama que le brindaba aquel lugar de
extraordinaria posición topográfica, pasó a la gran nave de
espectáculos, en la que dio el concierto anunciado, en medio de
calurosas ovaciones que no repito por no pecar de inmodestia y por no
repetir lo que dije describiendo nuestra entrada en Oporto y nuestra
soiree de Príncipe Real.
Al terminar el concierto, salimos por la puerta
del Restaurante. Una señorita con otras muchas estaba viéndonos
pasar, arrancó de su abrigo dos preciosas camelias y se las ofreció al
primer estudiante que pasó a su lado, mereciendo por ello una
galantísima ovación de los tunos que advirtieron aquella
demostración de afecto.
Al salir de nuevo a los jardines, era imposible
formar: la gente se aglomeraba en términos de no dejarnos mover. Por
fin, después de mucho trabajo y no poco tiempo, formamos y emprendimos
la marcha por aquellos anchurosos jardines, desde los que pasamos a una
calle espaciosa, que a pesar de sus dimensiones resultaba pequeña para
dar cabida al público que nos seguía.
Con grandes trabajos pudimos emprender de nuevo
la marcha y nos dirigimos a la calle de Picaria, donde tiene su
magnífica residencia don Ricardo Pinto d`Acosta, conde de Lumbrales y
presidente del Sindicato del ferrocarril de Salamanca a la frontera de
Portugal.
No bien llegamos (sin previo aviso) a la morada
del señor d’Acosta, bajó a recibirnos su hijo don Ricardo, el que, con
la amabilidad que caracteriza a dichos señores, nos invitó a subir, como
así lo hicimos. Entramos en el espacioso y severo despacho del Conde;
local de proporciones colosales y de un decorado sencillo y por demás
elegante, que tiene a sus extremos dos grandes huecos o luces que dan
respectivamente a la calle y al jardín de la casa.
Tanto el señor Pinto d’Acosta como su señora e
hijos, nos recibieron con una amabilidad exquisita; los criados de la
casa estaban todos en continuadas idas y venidas, preparando bandejas de
copas, dulces, galletas y exquisitos habanos; las botellas de añejo y
balsámico vino de Oporto, se destapaban sin cuento, sirviéndose con
profusión a todos los tunos.
Cuando estábamos más entretenidos en la
conversación y en las libaciones, nos llamó la atención la apertura de
las vidrieras de un balcón que daba al jardín.
Sobre el pabellón que se alza en medio de aquél,
vimos izada la bandera española con el escudo de Salamanca. Aquello fué
un acto de salmantinismo que agradecimos todos como el más
delicado de cuantos obsequios nos hizo el ilustre conde de Lumbrales.
Ante aquella demostración de patriotismo que
coronaba la galantería que se nos hizo, no tuve más remedio que tomar la
palabra y hacer una demostración verbal de gratitud, a la que hicieron
eco mis compañeros con vivas entusiastas. Perdonadnos – dije al señor
Pinto d’Acosta – que a falta de otra representación más digna, dé a
usted las gracias en nombre del pueblo de Salamanca.
Después brindó el Conde con la pausa y aplomo que
le dan su buen juicio y su experiencia, no hablando más que de España,
de Salamanca, del cuerpo escolar y de los lazos de familia que tanto le
unían a España y a Salamanca especialmente, por ser su virtuosa señora
hija de esta provincia.
Un escolar portugués, cerró el periodo de los
brindis con uno entusiasta hecho en obsequio de los condes de Lumbrales.
Saludamos de nuevo a la bandera de Salamanca, y
salimos de casa de aquellos señores altamente complacidos por los
honores que hicieron a nuestra patria y a nosotros.
Ahora debo hacer constar lo que me decía un
tuno al salir de la casa de Lumbrales.- Si haces la revista del
viaje, no te se olvide hacer constar que éste señor tiene unos tabacos
excelentes.- Conste.
Formamos de nuevo en la calle, y..... ¿á dónde
vamos? A Cedoceita, a Cedoceita, dijeron los tunos que estaban
enterados de la de la tarjeta postal que inserté en mi anteúltimo
artículo.
Y dicho y hecho; dijimos a los escolares
portugueses que hicieran el favor de guiarnos al hotel, pasando por la
calle de Cedoceita.
Tiene la tal calle una longitud extraordinaria.
Las calles de Atocha, Mayor y Toledo de Madrid, no llegan a la de
Cedoceita en longitud; así es que no pudimos recorrer más que unas tres
cuartas partes de ella, pues de lo contrario, hubiéramos tenido que dar
un rodeo inmenso para llegar al hotel.
¿Pasamos por la casa de nuestra admiradora?
Yo creo que sí, porque la multitud de flores que nos arrojaron de todas
las casas, no equivalían a las que nos lanzaron desde una de ellas cuyas
ventanas y balcones estaban llenos de señoras y caballeros, que no
cesaron en cinco minutos de echar preciosos ramos de camelias y violetas
hasta el extremo de no poder cogerlas todas, pues bien a pesar nuestro
dejamos la calle alfombrada de flores, que luego aprovecharon las gentes
que venían detrás de nosotros.
Agradecidos a tanto obsequio, ejecutamos dos
números de música y continuamos nuestra marcha que fue muy pronto
interrumpida por la afluencia de gente.
Era tercer día de Carnaval y por lo tanto día de
feria (vacación o fiesta). Cuando llegamos a las inmediaciones de la
plaza de don Pedro IV, nos tuvimos que detener en medio de una inmensa
muchedumbre. Los instrumentistas no podían tocar por falta de espacio:
los vivas y las flores caían de los balcones extinguiéndose los primeros
y perdiéndose las segundas antes de llegar al suelo: las gentes que
cogían las flores tenían la amabilidad de entregárnoslas después.
Aquella situación se hizo insostenible porque no
podíamos organizar la marcha, de tal modo que dejé correr la voz de
disolverse y cada cual marchó como pudo, aunque todos seguidos de la
multitud que repetía a cada instante: ¡Viva a Tuna! ¡Viva España!
EL TUNO PRIMERO.
(Continuará.)
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NOTA: Artículo
procedente de investigación original inscrita con el número SA-120-02 en
el Registro de la Propiedad Intelectual. La presente edición ha sido
normalizada y corregida para evitar el uso no autorizado de la misma.
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