
Author: J. González Castro.
Title: A CUNHA Y COSTA.
Publication: Museo Internacional del Estudiante, 2009.
Original edition: El Adelanto.
Date:
Domingo, 27 de abril de 1890, p. 1.
Mi querido amigo:
Decías en la carta que últimamente vio la luz en EL ADELANTO, que
sentías habernos conocido porque el recuerdo de nuestra Salamanca te
producía penas profundas que tenían su origen en la ausencia.
Tú y tus compañeros
estaréis muy tristes por habernos abandonado; el recuerdo nuestro os
causará las amarguras que siempre causan los recuerdos de placeres que
pasaron; la separación había determinado en vuestras almas desconsuelos
inmensos, todo os lo concedo, pero ¡ah, amigo mío! que nosotros no nos
hemos eludido de sufrir esos desconsuelos, esas amarguras y esas
tristezas de que nos hablas en tu carta.
Me parece verte
adelantar al proscenio del teatro del Liceo y oír aquellas palabras
tuyas que arrancaban frenéticos aplausos y luego extender tu mano
derecha como queriendo imponer silencio, para hacer brotar de tus labios
palabras y frases que eran otros tantos himnos de amor eterno, que
cantabas en nombre de las Academias portuguesas, a nuestra querida
Universidad salmantina.
En mi mente se forjó la
idea de que vosotros, erais pedazos del alma de ese gran pueblo que
venía aquí a visitar y a estrechar entre sus brazos a su amante España; a contarle sus penas, a pedirle amor, a decirle que no abandone a
Portugal, a exigirle juramentos dulcísimos, como los que se hacen dos
seres que se aman con delirio, con locura, con frenesí.
Y me parece también oír
aquellas espontáneas tempestades de aplausos y de vítores, que os
proporcionaba esta ciudad bendita, como tú la llamas, esta ciudad que
representa tantas glorias, tantas pasadas grandezas.
¡Ah, mi buen amigo! Yo
hubiera querido que los salmantinos hubiesen podido en vez de flores,
arrojaros sus corazones para que hubieseis visto cuanto amor hacia
vosotros existía en lo más delicado de sus fibrillas musculares, en lo
más íntimo de los nervios que le animan!
Vosotros nos pedisteis
amor, y amor os dimos; el día que nos pidáis nuestra sangre, nuestra
sangre os daremos; que al fin y al cabo, sois nuestros hermanos, y los
hermanos, jamás se niegan a sacrificarse mutuamente cuando es preciso.
Me dijiste en una
ocasión solemne e inolvidable para mí: «Dí a Salamanca que ahí se
quedan nuestros corazones, que nosotros sí la abandonamos, pero que el
recuerdo suyo, quedará indeleblemente grabado con caracteres de oro un
nuestros pobres corazones! »
No sabes cuánto placer
tengo en devolverte esas frases. Yo también te digo: «Dí en tu noble
país, que Salamanca entera bendice al pueblo que mantiene a hijos como
vosotros; dí a nuestro querido Portugal, que los salmantinos, quieren
ser vuestros hermanos del alma; que los salmantinos cumplirán fiel y
religiosamente los juramentos que os hicieron cuando dejasteis su
histórica ciudad; que vuestra memoria quedará eternamente grabada con
los caracteres del amor más puro, en el fondo de nuestras almas; dí
todo eso, y quiera Dios que en plazo breve, se cumplan los juramentos
que mutuamente nos hicimos, postrados ante la imagen del amor y en
aras de la generosidad más noble y desinteresada.»
Ya sabes cuanto te
quiere tu buen amigo.
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NOTA: Artículo
procedente de investigación original inscrita con el número SA-120-02 en
el Registro de la Propiedad Intelectual. La presente edición ha sido
normalizada y corregida para evitar el uso no autorizado de la misma.
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