Autor:
G.
Título: ESTUDIANTES...
Publicación:
Museo Internacional del Estudiante, 2009.
Ver. original:
El Adelanto.
Fecha:
Jueves, 2 de diciembre de 1926,
p. 1.
Pasaron los tiempos del estudiante «tunante»...
Quiera Dios que nunca pasen los de las «tunas» de estudiantes...
Este año, para fortuna de Salamanca, la tradición no se ha roto.
Los que nos complacemos en vivir cerca de los
muros de la Universidad y tener nuestra casa en la calle misma donde
la filigrana de su portada inmensa sirve de modelo inagotable a los
plateros de la tierra, hemos podido sorprendernos al oír, no hace
mucho, que la tranquilidad de una fría noche quedaba interrumpida
por el regocijo de voces que se mezclaban con los sonidos de una
campana robusta que anunciaba la media noche, y con la melodía que
de las cuerdas de sus guitarras, violines y bandurrias arrancaban
las manos presurosas, tal vez entumecidas por el frío, de algunos
nocturnos musicantes.
¡Estas voces y estas músicas, si fuesen de
estudiantes, nos habrían de recordar tantas cosas! Tal vez
soñábamos, pero es lo cierto que con algo de pena, quien sabe si con
noble envidia cervantina, suspendimos el correr de nuestra pluma.
¡Que su rasgar monótono no interrumpa nuestro encanto y nuestro
sueño! Éramos todo oídos y recuerdos. Se iba aproximando la armonía;
el silencio húmedo de la noche era roto ahora solamente por la
cadencia de la música callejera y sonora, cuando una repentina falta
de aquella nos hizo temer que el encanto se hubiese roto.
Pusimos más atención. Una voz familiar – voz
inconfundible de camarada, a los suyos – quiebra con esta frase
solemnemente pronunciada la tranquilidad de la calleja, que sólo era
entonces rota por el gotear de algún canalón que aún ofrendaba a la
tierra las últimas gotas de agua, que hasta poco antes había
recibido pródigamente: ¡Este año la estudiantina tiene que ser mejor
y más estudiantina que nunca!
...Mi sueño no me había engañado! Era la
estudiantina que aún en formación se dejaba oír.
¿Y era eso lo que querías decir? Interrumpieron
rápidas diez voces fuertes, acompañadas de un varío y abigarrado
chirriar de cuerdas.
¡Callad!... Es que, para lograrlo, siguió
diciendo, la primera vez, comenzaremos por elegir presidentas a las
más bonitas muchachas de la tierra.
...¡Bien, bien, eso está bien!, suenan unánimes
las voces del coro con el más alto de los diapasones; toquemos de
nuevo y toquemos pensando en los ojos azules y negros que han de ser
la luz de la estudiantina.
...Y la música sonó, y al alejarse me dejó la
amargura de algo que definitivamente se había alejado de mí. Sólo
tuve un consuelo. «El estudiante de Salamanca» no ha muerto, no
morirá nunca, y muy pronto, cuando inspirados por esos ojos de que
oía hablar, los estudiantes recorran con sus músicas nuestras calles
y salgan al fin de Salamanca, llevarán por doquier el pensamiento
viejo de la Universidad y el recuerdo de otros tiempos en los que el
estudiante, envuelto en una capa, tocaba, ante una reja de una casa
bordada, una endecha en forma tal que la luna, haciendo competencia
a la claridad de unos ojos de mujer, ocultos tras la reja, se
asomaba entre las nubes para escucharla y llorar.
G.
Salamanca; 30-XI-1926.